Termancia, la antigua Tiermes celtibérica y romana, está en el sur de la provincia de Soria, en Castilla y León, sobre una meseta de piedra rojiza abierta al viento. No es un lugar cómodo, ni fértil, ni protegido por grandes montañas. Es un lugar expuesto, desigual, aparentemente poco práctico para fundar una ciudad. Sin embargo, fue un centro importante de la meseta, un enclave de frontera y, sobre todo, un santuario tallado directamente en la roca. Aquí, la historia no se construye sobre la piedra: se excava dentro de ella.

Quien llega por primera vez a Termancia ve un paisaje seco, con barrancos suaves y lomas. A medida que se aproxima al yacimiento, la roca empieza a transformarse en arquitectura: calles excavadas, peldaños tallados, canales esculpidos, cisternas labradas y huecos que fueron casas, tumbas, almacenes o algo que ya no sabemos nombrar. La ciudad parece surgir como un fósil urbano a cielo abierto. Pero lo más inquietante no está únicamente en las casas y calles. Lo más inquietante está en sus altares olvidados y en el acantilado perforado que guarda secretos imposibles.

Una ciudad excavada en la roca… y una ermita en lo alto

Termancia no es solo ruina pagana y resto romano. En lo alto del conjunto, dominando todo el paisaje, se alza una ermita construida siglos después, dedicada a Santa María de Tiermes. No es casualidad. La Iglesia tiene una costumbre muy coherente: colocar sus templos sobre antiguos lugares sagrados. La ermita se levanta justo en la parte más alta de la ciudad excavada, donde se concentra una energía extraña: desde allí se domina el valle, se ven los cortes de roca y se percibe la magnitud de la “ciudad labrada”.

Esa ermita no está ahí por capricho paisajístico. Marca, literalmente, la superposición cristiana sobre un santuario anterior. Debajo, en la roca rojiza, viven restos de altares, tumbas y estructuras precristianas. Arriba, el campanario cristiano. Es la imagen perfecta de lo que hace la historia oficial: coloca una capa reconocible encima de un fondo que prefiere no explicar demasiado.

Subir hasta la ermita y mirar hacia el lado opuesto al yacimiento urbano es encontrarse con la otra cara de Termancia, la que casi nunca aparece en las descripciones apresuradas: un acantilado brutal, vertical, lleno de agujeros circulares. No hablamos de dos o tres. Hablamos de decenas de huecos excavados en la roca a alturas que hoy parecen absurdas incluso con medios modernos. Allí anidan ahora las águilas. Antes, esos huecos fueron otra cosa que nadie se atreve a definir.

El acantilado horadado: agujeros imposibles a alturas insensatas

Visto desde abajo, ese acantilado parece una pared roja y silenciosa, perforada por pequeñas bocas oscuras. Muchas de ellas son circulares o casi circulares, otras ligeramente rectangulares. Varias están conectadas por dentro con los pasadizos laberínticos que recorren la roca. No todos esos pasadizos han sido estudiados en profundidad. Algunos terminan precisamente en esos “balcones imposibles”, abiertos en pleno vacío.

Aquí entra el misterio:

¿Cómo se usaban esos huecos?

Incluso si imaginamos escaleras de cuerdas, andamios de madera o sistemas de subida con apoyos, la altura y la exposición al vacío los convierten en lugares extremadamente peligrosos para acceder de manera habitual. No tiene sentido práctico como almacén ni como vivienda. Incluso como lugar de vigía, resulta excesivo.

La explicación más repetida es que servían de palomares, refugios o puestos de vigilancia. Pero ese tipo de respuestas suena a parche. Hay demasiados agujeros, demasiado altos, demasiado alineados con galerías internas. Algo no cuadra.

La Historia Secuestrada se permite formular otra pregunta:
¿Y si estos huecos no fueran funcionales en el sentido utilitario, sino espacios rituales extremos, usados muy pocas veces, en ocasiones especiales?

Hoy, las águilas aprovechan esas oquedades como nidos perfectos. Vuelan hasta allí con una precisión que ningún humano podría imitar en repetición diaria sin arriesgar la vida. Es poético que sean las aves de presa —símbolo de visión, vigilancia y poder— las que ocupen ahora lo que quizá fue, en otro tiempo, territorio reservado a otra clase de “guardianes”.

Los pasadizos internos que conectan con algunos de esos agujeros refuerzan la idea de un laberinto ritual: recorridos subterráneos que llevan a salidas imposibles. El iniciado, el sacerdote, el elegido —no sabemos quién— podía atravesar la roca y aparecer de pronto en un punto suspendido sobre el vacío, visible desde el valle como figura recortada contra el cielo. Una escena poderosa, teatral en el mejor sentido antiguo: naturaleza, altura y peligro construyendo un escenario sagrado.

Altares rupestres: la liturgia de la piedra

En la parte más accesible del yacimiento, rodeando las antiguas casas excavadas, se encuentran los altares rupestres. Son superficies de roca con rebajes, cazoletas y canales. No están dentro de templos cerrados. Están al aire libre, orientados hacia el horizonte.

Algunos tienen forma de mesa, otros parecen escalones que conducen a un plano horizontal cuidadosamente alisado. En varios casos, pequeños canales conducen a cavidades donde un líquido podía acumularse. El uso crematorio, libatorio o sacrificial es difícil de negar, aunque la interpretación oficial suaviza siempre los términos.

Estos altares pertenecen a una lógica religiosa donde el templo no es un edificio, sino el paisaje entero. No hay paredes para separar lo sagrado de lo profano. Lo sagrado está en el gesto de verter, en la piedra que recibe, en la tierra que absorbe. Los celtíberos que habitaron Termancia no separaban ciudad y santuario. La ciudad era santuario. El hogar era frontera entre lo humano y lo numinoso.

Pasadizos y laberintos: la ciudad por dentro

Termancia no es solo superficie. Está llena de galerías y pasadizos labrados en la roca, algunos estudiados, otros apenas mencionados. Se han identificado túneles que conectan distintas zonas de la ciudad, pequeños corredores que permiten moverse sin ser visto desde el exterior y niveles superpuestos de espacios excavados.

No hay una única explicación: parte de estas excavaciones responden a necesidades prácticas (almacenes, conducciones de agua, enterramientos), pero otras parecen excesivas para un uso meramente funcional. La acumulación de cámaras, escaleras talladas que no llevan a casas, huecos que no parecen tumbas… todo apunta a que una parte de Termancia fue también espacio de tránsito ritual.

Cuando esos pasadizos terminan, a veces lo hacen en puntos lógicos. Otras veces terminan, sencillamente, en ese acantilado horadado cuyo uso se nos escapa. Es como si el laberinto interno hubiese sido diseñado no sólo para moverse, sino para aparecer y desaparecer en lugares con fuerte impacto visual y simbólico.

Agua que nace de la roca

El sistema de agua de Termancia es otra pista de su carácter sacro. Cisternas excavadas, canalizaciones talladas, rebajes que recogen lluvia… la ciudad bebía directamente de la piedra. No se trataba sólo de eficiencia: era una forma de relación profunda con el territorio. El agua se recibe en cuencos de roca, se canaliza en surcos que serpentean, se reparte a través de depósitos esculpidos con precisión.

Junto a algunos de estos puntos de agua hay escalones tallados, como si se descendiera a un pequeño santuario. No cuesta imaginar rituales de purificación, juramentos o iniciaciones ligadas al agua que surge de la piedra. Agua y roca: los dos elementos más constantes de la vida en la meseta soriana.

Romanos sobre piedra antigua

Cuando Roma llegó, Termancia fue absorbida, romanizada y convertida en municipio. Se construyeron edificios al estilo romano, se reordenaron algunos espacios, se implantaron instituciones nuevas. Pero la base seguía siendo la misma: roca trabajada por manos anteriores.

Los romanos levantaron sus casas aprovechando muros ya excavados. Se asentaron sobre los altares, sobre los pasadizos, sobre las tumbas celtibéricas. Trazaron su foro, sus termas, sus edificios públicos. Y, sin embargo, hay una sensación clara al recorrer el yacimiento: el verdadero alma del lugar sigue perteneciendo a lo que se hizo antes de Roma.

La romanización cubrió, pero no borró. La piedra ya estaba escrita.

Termancia desde la ermita: el altar y el abismo

Subir a la ermita de lo alto y contemplar el yacimiento ofrece una perspectiva que no olvidan quienes la experimentan. De un lado, la ciudad excavada se despliega como un rompecabezas de huecos y plataformas. Del otro, el acantilado horadado de agujeros circulares cae hacia el vacío.

Es como si alguien hubiera querido colocar un cruzado cristiano —la ermita— presidiendo una composición simbólica muchísimo más antigua: santuario excavado + pared llena de bocas oscuras. El cristianismo ocupa el punto de vista privilegiado. Lo que mira sigue siendo pagano, misterioso y difícil de explicar sin recurrir a palabras que la arqueología científica evita: rito, trance, iniciación, vértigo.

Para la Historia Secuestrada, esta imagen es reveladora:

Arriba, la cruz.
Abajo, la roca con agujeros imposibles.
Dentro, pasadizos que conectan ambos mundos.

Un archivo de incógnitas tallado en rojo

Termancia no es un yacimiento cómodo. No encaja en la categoría de “ciudad romana típica”, ni de castro celtibérico simple, ni de santuario al uso. Es las tres cosas a la vez y, además, algo más: un archivo de incógnitas tallado en roca roja.

Los altares rupestres al aire libre, el sistema de agua, las casas excavadas, los pasadizos laberínticos, el acantilado perforado con agujeros a alturas absurdas y la ermita coronando todo el conjunto forman un palimpsesto difícil de reducir a manual.

¿Palomares?
¿Refugios?
¿Puestos de vigilancia?
¿Teatro sagrado para ceremonias en altura?
¿Escenarios iniciáticos donde alguien aparecía, de pronto, en lo alto, como mensajero de los dioses?

No lo sabemos. Y ese “no lo sabemos” es precisamente lo que la Historia Secuestrada quiere conservar. No para renunciar a estudiar, sino para respetar la magnitud del enigma.

Termancia hoy: silencio, viento y preguntas

Hoy, Termancia forma parte del municipio de Montejo de Tiermes. Hay paneles explicativos, rutas señalizadas, un pequeño centro de interpretación. Las visitas se organizan, las excavaciones continúan, los estudios avanzan. Pero el visitante que va más allá de los paneles, que sube hasta la ermita, que mira el acantilado horadado y que camina por los pasadizos sabe que lo más importante sigue sin respuesta.

La paciencia de la piedra —esa roca que ha visto pasar celtíberos, romanos, campesinos, arqueólogos, turistas— guarda secretos que no pueden resolverse sólo con etiquetas. Termancia nos recuerda que hubo un tiempo en el que el territorio se pensaba como texto sagrado, no sólo como suelo rentable.

En Castilla y León Oculta, Termancia es la ciudad donde la historia se escribió directamente en la roca y donde las águilas ocupan ahora los balcones imposibles donde quizá, hace siglos, se asomaban los hombres y mujeres que hablaban con la altura.

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