Las primeras migraciones de agricultores neolíticos procedentes de Oriente Próximo llegaron hace más de 7.000 años a la Península Ibérica.
Aquí se encontraron con los grupos de cazadores recolectores del mesolítico, cuyo exponente más conocido es el famoso hombre de La Braña hallado en León.
Las dos poblaciones eran claramente distintas.
Mientras que los autóctonos eran altos, robustos, de ojos azules y piel oscura, los neolíticos eran más pequeños y esbeltos, de piel más clara y ojos marrones.
Ese encuentro y otros similares ocurridos a lo largo del continente europeo supusieron un cambio de modo de vida que marcaría como ninguno el futuro de la humanidad.
«Gracias a esta secuenciación se ha podido determinar que en los tres casos, después de la llegada inicial de los primeros agricultores, estos se entrecruzaron con los cazadores locales a lo largo de varios siglos», explica Carles Lalueza Fox (derecha), investigador del CSIC en el Instituto de Biología Evolutiva, que ha participado en el estudio.
Los estudios anteriores habían sugerido que los agricultores de Oriente reemplazaron en lugar de aparearse a las personas nativas que encontraron.
Según Lalueza-Fox, «en estos momentos disponemos de cerca de 400 genomas ibéricos antiguos de todas las regiones y períodos, desde el Mesolítico hasta la Edad Media, que siguen mostrando cambios genéticos posteriores que podrán correlacionarse con cambios a nivel arqueológico».
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